Nada

Estuve intentando leer todo lo que pude sobre el litio. Como suelo hacer con las cosas nuevas que quizás vaya a empezar a tomar o con las cosas que empiezo a tomar.

Ya tomé tantos medicamentos que creo que perdí la cuenta y los nombres. Debería tener una lista por algún lado. Quizás la haga un día de éstos.

Los platos que se acumulaban en la pileta de la cocina tuvieron que ser lavados en carácter de urgencia al encontrar, con horror, una cucaracha. E. se reía y me decía como algo gracioso que iba a tener que limpiarlos antes de que volvieran mis padres y yo le decía que no era algo para hacer bromas. Me decía que debería limpiarlo antes de que se me llenase de cucarachas, pero lo dijo con una risita. Ahora ahí tiene. Una cucaracha. Lavé todo casi en una crisis de angustia.

La apatía me invadió. La falta de concentración me invadió. No puedo no hacer dos cosas o más al mismo tiempo. Simplemente no puedo estar quieta. No puedo siquiera pensar en hacer todas las cosas que tengo que hacer mañana lunes. Y sé que he tenido días peores que mañana; mañana no es técnicamente tan terrible. Pero por alguna razón se me hace tremendamente irremontable. Quisiera sólo quedarme en casa, dormir, mirar tele, jugar a algún juego en la compu, y dormir más.

No sé cuánto tiempo voy a poder engañar a los demás en el trabajo. ¿Cuánto tiempo podés dejarte llevar por la energía de los demás y simular estar bien? ¿Cuánto tiempo hasta que tu propia energía, que empeoró significativamente durante los dos últimos días, te invada y no te deje seguir? ¿Y mis padres, que vuelven mañana? ¿Cuánto tiempo engañarlos con que estoy bien, cuando ya están en el mismo espacio que yo?

No tengo respuestas. Y me cansé de las palabras "no", "no puedo" y todas áquellas que impliquen esfuerzo o negatividad. Suficiente.

Y la rueda sigue intentando rodar

Hoy tuve terapia.

Antes de ayer y el día antes de ayer me corté como nunca lo había hecho desde que empecé a cortarme hace 17 años (con la interrupción de 6 años entre 2005 a este año, 2011). O sea, peor.
Hoy le dije a mi analista lo que había escrito sobre mi futuro y ella me contestó que ahora lo veía así porque veía todo así, negro.

Le dije que por supuesto, pero que no podía pensarlo de otra forma y que no podía guiarme por cómo quería ver las cosas o siquiera por cómo podía ver las cosas en ningún momento, ya que hace un par de años, si alguien me hubiera preguntado si yo creía que volvería a cortarme, yo habría contestado que no, sin dudarlo. Y aquí estoy, peor que nunca antes, quién sabe por qué química misteriosa.

Repasó mi historia clínica, repasamos pensamientos.

Y, casi al final de la sesión, me lanzó algo que nunca pensé que me haría pensar tanto. Sí asumo que venía diciendo que estaba cansada de tomar medicación, que no entendía qué diferencia hacía una pastilla más, una pastilla menos (a lo que me respondió que hace MUCHA diferencia, claro!), y que estaba harta, sinceramente, de probar cuánto medicamento hubiera en la vida, sin éxito llegado el caso. Que no veía el fin.

Claro que no ves el fin, me dijo, porque estás deprimida. Bleh, deprimida o no, estoy harta de tragar pastillas y pastillas que sólo me dan efectos secundarios y que hacen que me pregunte cómo sería yo sin toda esta medicación encima. ¿Cómo sería yo sin toda esta medicación? ¿Cómo sería? ¿Sería más delgada? ¿Sería más gorda? Tantas preguntas...

Y, todo esto venía a la frase final, si en 15 o 20 días no levanto el ánimo, vamos a incluir litio. El litio me remonta a el recuerdo de cuando recién empezaba con ella. Cuando probábamos con estabilizadores y ninguno parecía funcionar hasta que la lamotrigina fue mágica. Y recuerdo haberle dicho a mi madre eso: que la siguiente opción sería el litio; como última opción en realidad. Mi madre había expresado un rotundo "NO, LITIO, NO". Creo que estaba en la etapa en la que todavía no aceptaba que su hija, siendo ella psiquiatra, podía tener un trastorno bipolar.

Teniendo ese bagaje, la palabra litio tiene para mí una connotación no muy alentadora. No sé por qué (además de eso, claro). Probablemente porque además se requieren análisis de sangre y cosas por el estilo para asegurarse de que los niveles en sangre no se vuelvan tóxicos. Entonces mi analista me mandó a hacer unos análisis para confirmar que esté todo bien, sólo por precaución. Claro, incluyen extracción de sangre. Y mis brazos son una masacre.

Yo NO PUEDO ir a sacarme sangre así, y se lo dije claramente. Me dijo que dijera que mi gato me había arañado mucho. Le dije que lo que tenía no se podía justificar por ningún gato bajo ningún concepto. Que no se podía justificar. Que simplemente no podía ir así. Que no iba a ir así. Le puso fecha de hoy.

No voy a ir así. Estoy pensando en alternativas como vendarme y decir que me curaron una quemadura o algo, pero no sé. Y estoy pensando que mis padres vuelven de viaje el lunes por la noche y no sé qué voy a decirles, porque sé que en algún momento se van a dar cuenta, lo van a descubrir y la reacción, palabras más, palabras menos será ésta:

madre: "hijaaa.... otra vez... ¿qué pasó, pasó algo, lo estás viendo con E.?"

padre: "ooootra vez con la misma historia?!"


Sí, otra vez. Nunca se fue. Nunca se va a ir. Solamente está en silencio. Ahora lo sé.

Y diez años despúes....

Me tomó diez años, un analista abusador a quien no pude denunciar por estar en una posición demasiado frágil y él en una posición demasiado expuesta, múltiples cortes en mi cuerpo y subidas y bajadas en el medio, poder pensar o siquiera contemplar la posibilidad de que yo no tuviera la culpa.

Me tomó diez años repensar aquello del placer sexual en el sufrimiento, del éxtasis en la búsqueda del dolor y poder darle la espalda, poder decir, "ES UNA MIERDA, CARLOS".

¿Por qué es una mierda? Porque -y esto desencadenó una crisis de llanto agudo e inmediato- el hecho de decirme que yo experimentaba un placer sexual al cortarme, que me cortaba y eso era como el éxtasis sexual, convertía todo mi sufrimiento en un orgasmo. Y un orgasmo se busca, se construye. Si se quiere, quizás (o como yo lo concibo) con amor.

El razonamiento de este hijo de puta hizo que durante años yo me sintiera culpable porque pensaba que buscaba afanosamente sentirme mal, revolcarme de placer en mi sangre y en mi dolor, extasiada.

Si me alejo, como ahora, y puedo ver la miseria de su alma, puedo también, darme cuenta de que el trastorno maniaco-depresivo (o trastorno bipolar, como te guste, Carlito), no se busca y no sólo no se busca, sino que no se elije y no se puede auto-convocar, auto-provocar. No todas las personas son bipolares como vos me dijiste una vez, Charles. La diferencia es que vos hiciste que me creyera que yo soy responsable de mi propio dolor, que soy responsable de mi sufrimiento. Te encargaste de hacerme creer eso en lugar de construir conmigo un bienestar que supere a ese sufrimiento.

Mirá cómo, sencilla y sin haber pasado por la facultad, Carlitos, se puede analizar una conducta criminal como la tuya. Si habré visto tus obras...

Diez años me tomó darme cuenta de que no tengo la culpa de lo que me pasa. Por lo menos me di cuenta. Vos pasás por esta vida, cagándole la existencia a otros y jamás te vas a enterar. Quizás te funcione. Probablemente te funcione. Las personas más felices son los ignorantes y los hijos de puta.

Futuro Blanco y Negro

Nunca lo pensé. O si lo pensé, no le puse demasiado énfasis a la reflexión.

Viendo el documental de Steven Fry: "The Secret Life of the Manic Depressive" (La vida secreta del maníaco depresivo), aparecía una mujer que pasaba los 50's, y que contaba todo lo que había pasado en su vida. En un momento le preguntaban si se imaginaba el futuro. Cómo se imaginaba el futuro. Si podía imaginarse el futuro. Dijo que no. Que no. Y que no.

Me lo pregunté yo misma: ¿puedo imaginarme el futuro? ¿Cómo me imagino el futuro?

Me respondí: No. Y de ninguna forma.

Hoy, viendo un show a la noche, un personaje cuya estabilidad mental deja que desear, disparó el mismo pensamiento, o, mejor dicho, disparó la respuesta: creo que me veo en el futuro como a una mujer frágil a la que van a tener que cuidar, medicar y que va a delirar de vez en cuándo. Quizás alguna vez luche por no estar internada, quizás mi hijx, si tengo, luche por mí. Pero no puedo ver más allá de eso. Me veo una vieja confundida y enferma. Creo que prefiero no mirar, al menos por ahora.

Visión Panorámica

Eventualmente, iba a pedírmelo.

- ¿Te cortaste mucho? - me preguntó.
Asentí con la cabeza en silencio.
- ¿Te lastimaste mucho?
Asentí de nuevo, sin tener ganas de profundizar ni de dar detalles. Sí, a veces, depende el día, la noche o la zona del cuerpo. Sí.
Pausa.
- A ver, mostrame.
Levanté la mirada rápidamente y largué un "no" débil pero firme.
- Dale...
- ¡No! - le repetí. - Me da vergüenza... Y de todas formas, ¿para qué querés ver?
- Para ver qué tanto daño te hacés, cómo estás, que no se infecte.

Yo sé muy bien por qué quiere ver y sé que no es precisamente de curiosa. Sé que quiere ver para evaluar qué tanto daño soy capaz de hacerme, lo cual es distinto. Y le mostraría, si no fuera porque me gana la vergüenza de verdad. Porque no es para llamar la atención o nada por el estilo. Es como una adicción, no más ni menos, con la cual se siente un alivio momentáneo, te arruina por dentro (y por fuera) y una vez que empezaste, te cuesta muchísimo poder dejarlo. Y por sobre todo, no querés que nadie se entere.

Tanto así, que luché para que mis padres no se enterasen los últimos días antes de irse a Europa, el viaje que venían planeando desde hacía casi dos años. ¿Quién soy yo para preocupar a mi madre en el umbral de su sueño con algo que no dejará de suceder ni sucederá más ni menos por el hecho de que ella lo sepa o no?

Cuando tocó el tema de ver cómo iba la medicación, E. miró mi historia clínica. Claro, el único medicamento que había logrado que dejase de cortarme era el que al final, había logrado que ganase unos cuantos kilos. Me miró y me dijo:

- ¿Qué elegimos: los cortes o los kilos?
- No pienso volver a engordar.

Creo que quedó claro. No qué elijo sino que NO elijo. Lo peor fue escuchar de su boca que "estábamos" atadas de pies y manos. Porque se nos acaban los recursos, la medicación por intentar... ¡Ja! ¡Qué irónico! ¡Pensé que pasaría cualquier cosa menos que algún día me quedaría sin medicación que intentar en mi cuerpo! Finalmente, subió la quetiapina a 300 mg. "A ver" si podemos frenar los impulsos.

También aprendí que lo que sucedió con el escitalopram, que cuando lo subí a 20 mg caminaba por las paredes a los dos días, era totalmente posible. Y es más, al contárselo, se sonrió (asumo que porque era un claro síntoma, no porque fuera gracioso) y me dijo que eso es lo que tardan los "switches". Un "switch" (cambio de un estado de animo a otro de golpe) lleva dos a tres días. Me sorprendí. No lo sabía. Supongo que es una muestra más de que no invento lo que soy, sino que soy lo que soy. Y lo que puedo ser.

De todas formas, el estrés me está pegando duro. No sé si puedo con todas las responsabilidades. Siento que no, pero sigo. Y sigo. Y me pregunto si en algún momento pasará algo que me hará detenerme a la fuerza. Mientras tanto, mis padres se fueron ayer, domingo a la mañana, y yo, si bien estoy bien sola, pienso en las tres semanas que tengo por delante y no puedo menos que sentir una inusual pesadez. Una depresión que me recorre de a poco, una soledad que se me impregna como el humo del cigarrillo que, de vez en cuando, estoy fumando más seguido.

Uno de los Comienzos

Tenía 17 años. Estaba en 5º año de la secundaria. Jamás fui popular en el sentido popular de la palabra. Sí (quiero recordar) fui respetada, al menos. Tenía mi grupo de amigas, pequeño pero lindo.

Y quién sabe por qué, un día, después de haber visto "El Príncipe de las Mareas" (lo recuerdo claramente), de haber leído el libro de "El Príncipe de las Mareas" y de escuchar la banda de sonido de la película, salí de clase para ir al baño de la escuela.

Entré al último de los compartimentos que alojaban retretes y pensé. No sé qué. No sé cuánto tiempo. Luego revisé mis bolsillos y todo lo que encontré, que era lo que siempre llevaba, fueron mis llaves, pañuelos de papel y creo que mi celular en ese momento. Probablemente algo más, pero no lo recuerdo.

Esa primera vez, la primera de todas, tomé una de las llaves, la pequeña con punta y la hice correr por la cara interna de mi brazo. Sólo me dejó un rayón, rojo. Nada más. No sé qué buscaba pero no era eso. Sin embargo, eso es lo que había conseguido. Por ese momento bastaba.

Volví a clase y me miraba el brazo cada tanto, contemplándome, sin entender por qué pero sin hacerme la pregunta aún. Todo lo que sabía era que necesitaba eso, hacerlo, mirarlo y sentirlo.

La siguiente oportunidad fue pensada. Tomé mi tijera y la llevé en el bolsillo. Y lo haría en mi casa también, después de lo cual pondría gaza en mi muñeca y respondería que mi gata me había arañado a quien me preguntase qué me había sucedido. Y, obviamente, nadie se atrevería a preguntar más allá del arañazo.

Ése fue el comienzo. Así fue. No sé por qué pero sí sé cómo y cuándo. Y no me jacto de no poder olvidar.