Visión Panorámica

Eventualmente, iba a pedírmelo.

- ¿Te cortaste mucho? - me preguntó.
Asentí con la cabeza en silencio.
- ¿Te lastimaste mucho?
Asentí de nuevo, sin tener ganas de profundizar ni de dar detalles. Sí, a veces, depende el día, la noche o la zona del cuerpo. Sí.
Pausa.
- A ver, mostrame.
Levanté la mirada rápidamente y largué un "no" débil pero firme.
- Dale...
- ¡No! - le repetí. - Me da vergüenza... Y de todas formas, ¿para qué querés ver?
- Para ver qué tanto daño te hacés, cómo estás, que no se infecte.

Yo sé muy bien por qué quiere ver y sé que no es precisamente de curiosa. Sé que quiere ver para evaluar qué tanto daño soy capaz de hacerme, lo cual es distinto. Y le mostraría, si no fuera porque me gana la vergüenza de verdad. Porque no es para llamar la atención o nada por el estilo. Es como una adicción, no más ni menos, con la cual se siente un alivio momentáneo, te arruina por dentro (y por fuera) y una vez que empezaste, te cuesta muchísimo poder dejarlo. Y por sobre todo, no querés que nadie se entere.

Tanto así, que luché para que mis padres no se enterasen los últimos días antes de irse a Europa, el viaje que venían planeando desde hacía casi dos años. ¿Quién soy yo para preocupar a mi madre en el umbral de su sueño con algo que no dejará de suceder ni sucederá más ni menos por el hecho de que ella lo sepa o no?

Cuando tocó el tema de ver cómo iba la medicación, E. miró mi historia clínica. Claro, el único medicamento que había logrado que dejase de cortarme era el que al final, había logrado que ganase unos cuantos kilos. Me miró y me dijo:

- ¿Qué elegimos: los cortes o los kilos?
- No pienso volver a engordar.

Creo que quedó claro. No qué elijo sino que NO elijo. Lo peor fue escuchar de su boca que "estábamos" atadas de pies y manos. Porque se nos acaban los recursos, la medicación por intentar... ¡Ja! ¡Qué irónico! ¡Pensé que pasaría cualquier cosa menos que algún día me quedaría sin medicación que intentar en mi cuerpo! Finalmente, subió la quetiapina a 300 mg. "A ver" si podemos frenar los impulsos.

También aprendí que lo que sucedió con el escitalopram, que cuando lo subí a 20 mg caminaba por las paredes a los dos días, era totalmente posible. Y es más, al contárselo, se sonrió (asumo que porque era un claro síntoma, no porque fuera gracioso) y me dijo que eso es lo que tardan los "switches". Un "switch" (cambio de un estado de animo a otro de golpe) lleva dos a tres días. Me sorprendí. No lo sabía. Supongo que es una muestra más de que no invento lo que soy, sino que soy lo que soy. Y lo que puedo ser.

De todas formas, el estrés me está pegando duro. No sé si puedo con todas las responsabilidades. Siento que no, pero sigo. Y sigo. Y me pregunto si en algún momento pasará algo que me hará detenerme a la fuerza. Mientras tanto, mis padres se fueron ayer, domingo a la mañana, y yo, si bien estoy bien sola, pienso en las tres semanas que tengo por delante y no puedo menos que sentir una inusual pesadez. Una depresión que me recorre de a poco, una soledad que se me impregna como el humo del cigarrillo que, de vez en cuando, estoy fumando más seguido.

0 comentarios:

Publicar un comentario